Las sexólogas y los sexólogos, con frecuencia nos encontramos con la pregunta: «y las mujeres lesbianas, ¿cómo tienen relaciones sexuales?».

Puesto que socialmente se sigue asociando el encuentro erótico con el consabido coito, no es extraño que la gente se pregunte: «¿qué tipo de relaciones sexuales mantienen dos mujeres, si ninguna de ellas tiene un pene que insertar en su pareja?». Lo cierto es que, en primer lugar habría que revisar la idea de que las relaciones eróticas deban consistir en que algo penetre en algún sitio. Los seres humanos, tanto heterosexuales, como homosexuales o bisexuales, tienen un cuerpo entero con el que disfrutar, y con el que hacer disfrutar. Y no siempre alguien penetra con algo en alguna otra parte del otro cuerpo.

La realidad nos muestra que las posibilidades de relación erótica son infinitas. Nuestra cultura ha heredado la vieja idea que asocia la expresión erótica a la reproducción, y por tanto al coito, pero cuando lo que se busca no es la reproducción, nada hay que obligue a la pareja a seguir la antigua pauta de «sota, caballo y rey», si es que dicha pauta no es de su gusto, o si es que es una de esas parejas que disfrutan la variedad en la erótica compartida.

Por tanto, tampoco entre las parejas heterosexuales el esquema de «preliminares y penetración» siempre se cumple, o siempre es el más disfrutado.

Pero volviendo a las parejas compuestas por dos mujeres, no es infrecuente que la ausencia de pene y por tanto la necesaria búsqueda de un marco alternativo al coito, sea un acicate para la creatividad. Cuando el guion social aprendido se muestra inaplicable, lo erótico presenta perspectivas de invención infinitas. El placer puede buscarse por vías muy diversas, nada está predeterminado, nada está necesariamente diseñado de antemano.

No suele ser extraño que se plantee la cuestión de si en las relaciones lésbicas se utiliza algún juguete erótico para penetrar. Efectivamente, muchas parejas de mujeres usan dildos o vibradores para tal fin. O incluso los propios dedos para penetrar en la vagina de su compañera. Aunque cabe señalar que el imaginario social, o masculino, ha dado a dichas prácticas penetrativas una importancia y una presencia que no suele corresponderse con la realidad.

En las relaciones eróticas entre dos mujeres, tampoco el orgasmo de una de ellas marca necesariamente el fin del encuentro. Si, en las parejas heterosexuales, a veces se asume la eyaculación masculina como el punto y final, cuando son dos cuerpos femeninos los que se acarician, el orgasmo se considera en muchos casos un punto más del camino. La erótica femenina suele tender más a la globalidad (dispersión en las zonas erógenas, que pueden abarcar la totalidad de la piel), y ser menos finalista, en general, que la erótica masculina. Posiblemente, en parte, por esa educación diferencial que aún hoy día sigue ofreciéndose a mujeres y hombres, y que en algunos casos parece quedar impresa en la propia piel.

De la misma forma, las parejas de dos mujeres no suelen tener problema en incluir en sus relaciones la estimulación directa del clítoris, ya sea con la mano, con la boca, o con otra parte del cuerpo (por ejemplo, roce del muslo de la compañera…). Dado que los cuerpos de ambas incluyen dicho clítoris, suelen tener menos dificultades en prestarle atención y conocer el papel fundamental de dicho órgano en el orgasmo femenino.

Y también suelen presentar menos dificultades para pedir dicha estimulación a su pareja femenina, que las mujeres heterosexuales a su compañero varón. Aunque esto también, poco a poco, está cambiando, de manera que las mujeres de cualquier orientación sexual van conociendo su cuerpo más y más y negociando mejor los encuentros eróticos para que se adapten a sus gustos y preferencias.

En cuanto a la estimulación corporal, como he comentado antes, muchas mujeres de cualquier orientación sexual encuentran gran placer en la caricia por la caricia, en zonas no necesariamente genitales. Y cuando son dos mujeres las que se encuentran, no es extraño que dicho gusto se cultive y se potencie.

MARÍA VICTORIA RAMÍREZ. Sexóloga y psicóloga

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