La Cosa fundamentalmente no tiene «forma» por su propia naturaleza. Es un imitador celular, y fundamentalmente asume la forma -perfecta- de su presa. Vivió, casi con seguridad, absorbiendo las funciones vitales de su propio bioma extraterrestre. Se desconoce si fue capaz de hacerlo por completo (asimilando así todo el planeta) o si hubo algún «control» nativo en su propagación en su mundo natal. Sin embargo, en algún momento logró o usurpó el viaje interestelar, y a través de él fue capaz de consumir otros mundos enteros. No obstante, sus dos impulsos primarios -quizá los únicos- son 1) la reproducción/asimilación, y 2) la supervivencia.

Es, en efecto, una mente colectiva hasta el nivel celular… aunque no parece necesitar estar en contacto físico para comunicarse/colaborar con sus otras «partes», una especie de telepatía tal vez, sin embargo si se separa cada componente actuará independientemente, aunque hacia esos dos mismos objetivos finales. Su inteligencia, por tanto, es una función de dirección de su biomasa física. Como descubrió McCready, una Cosa «pequeña» actuará por pura supervivencia instintiva, incluso a expensas de «arruinar su tapadera» o la de otros componentes. Mientras tanto, un componente de la Cosa con una biomasa lo suficientemente grande es capaz de elaborar planes muy complejos para lograr su objetivo final, e incluso está dispuesto y es capaz de simular ataques contra sí mismo con el fin de desviar las sospechas de la parte o partes que considera que tienen más probabilidades de éxito. De hecho, se ha referido a un «tiempo anterior» en el que tenía mundos enteros de memoria almacenada a los que recurrir

Filosóficamente/intelectualmente se percibe a sí mismo y lo que hace para propagarse, adaptarse y sobrevivir como «comunión» en lugar de depredación. La adaptación, desde su punto de vista, es la supervivencia misma – un organismo que no puede adaptarse infinitamente es de alguna manera, desde su perspectiva, fundamentalmente defectuoso e incluso «obsceno». En efecto, ve la vida tal y como evolucionó en la Tierra a través del mismo sentido de repulsión y horror -una vez que se dio cuenta de la verdad de nuestra singularidad- como algo fundamentalmente contrario a lo que entendemos que es la vida:

Estaba malformado e incompleto, pero sus elementos esenciales eran lo suficientemente claros. Parecía un gran tumor arrugado, como una competencia celular desbocada, como si los mismos procesos que definían la vida se hubieran vuelto contra ella. Estaba obscenamente vascularizado; debía de consumir oxígeno y nutrientes de forma desproporcionada con respecto a su masa. No podía ver cómo podía existir algo así, cómo podía haber alcanzado ese tamaño sin ser superado por morfologías más eficientes.

Tampoco podía imaginar lo que hacía. Pero entonces empecé a mirar con nuevos ojos esas ramificaciones, esas formas bípedas que mis propias células habían copiado tan escrupulosa e irreflexivamente cuando me remodelaron para este mundo. Sin estar acostumbrada a inventariar -¿por qué catalogar partes del cuerpo que sólo se convierten en otras cosas a la menor provocación?- vi realmente, por primera vez, esa estructura hinchada encima de cada cuerpo. Mucho más grande de lo que debería ser: un hemisferio óseo en el que cabían un millón de interfaces ganglionares con espacio de sobra. Cada vástago tenía una. Cada trozo de biomasa llevaba uno de estos enormes y retorcidos coágulos de tejido.

También me di cuenta de algo más: los ojos, las orejas de mi piel muerta se habían alimentado de esta cosa antes de que Copper la liberara. Un enorme haz de fibras corría a lo largo del eje longitudinal de la piel, justo en el centro del endoesqueleto, directamente en la oscura cavidad pegajosa donde había descansado el crecimiento. Esa estructura deforme había sido conectada a toda la piel, como una especie de interfaz somatocognitiva, pero mucho más masiva. Era casi como si…

No.

Así era como funcionaba. Así era como estas pieles vacías se movían por voluntad propia, por eso no había encontrado ninguna otra red que integrar. Ahí estaba: no distribuida por el cuerpo, sino hecha bola en sí misma, oscura y densa y enquistada. Había encontrado el fantasma en estas máquinas.

Me sentí enfermo.

Compartí mi carne con el cáncer pensante.

Ve a leer Las cosas de Peter Watts. Ahora mismo, ve a hacerlo. Es un cuento corto desde la perspectiva de La Cosa, y es fantástico.