Uno de mis profesores en la facultad de medicina decía: ‘Un tratamiento que no tiene efectos secundarios ya es bueno’. Parecían palabras sabias que merecían ser recordadas. Pero hoy pienso que quizá no estaba del todo en lo cierto: no hay terapia que no tenga potencial para causar efectos adversos. Lo que realmente cuenta, tanto en la vida como en la medicina, es un equilibrio razonable entre riesgo y beneficio.

El tratamiento quiropráctico es un excelente ejemplo de la importancia de este equilibrio. Los quiroprácticos se basan en gran medida en la manipulación de la columna vertebral de sus pacientes, y los beneficios no están nada claros. Los profesionales suelen insistir en que sus manipulaciones son eficaces para una gama desconcertantemente amplia de afecciones. En Internet, por ejemplo, es difícil encontrar una enfermedad que los quiroprácticos no afirmen curar. Sin embargo, las pruebas publicadas generalmente revelan que estas afirmaciones son poco más que ilusiones. Por lo tanto, incluso los efectos secundarios relativamente menores podrían inclinar la balanza riesgo/beneficio hacia lo negativo.

Ahora hay muchas pruebas que demuestran que más de la mitad de los pacientes sufren efectos adversos de leves a moderados después de acudir a un quiropráctico. Se trata sobre todo de dolores locales y referidos que suelen durar de dos a tres días. Los quiroprácticos suelen afirmar que son pasos necesarios en el camino hacia la mejora. En un buen día, incluso podríamos creerles.

Pero desgraciadamente hay más, mucho más. Se han documentado varios cientos de casos en los que los pacientes sufrieron daños graves y a menudo permanentes tras las manipulaciones quiroprácticas. El último en aparecer en los titulares ha sido el de una mujer de 32 años de Yakarta que murió tras ser tratada por un quiropráctico estadounidense. Lo que suele ocurrir en estos trágicos casos es que, al manipular la parte superior de la columna vertebral, una arteria que irriga el cerebro se estira en exceso y simplemente se rompe, provocando un derrame cerebral que puede resultar mortal.

A los quiroprácticos no les gusta oír nada de esto, y afirman que se trata de sucesos extremadamente raros, o niegan cualquier relación con sus manipulaciones. Lamentablemente, las pruebas contundentes no son tan sólidas como uno desearía. En la medicina convencional disponemos de sistemas eficaces para controlar los efectos adversos de todas las intervenciones, pero no así en la medicina alternativa. Por lo tanto, la verdadera frecuencia de estas tragedias es una incógnita. En la literatura médica se han documentado unas 30 muertes después de la quiropráctica, pero probablemente sean sólo la punta de un iceberg mucho mayor. Hemos demostrado, por ejemplo, que en el Reino Unido la infradeclaración de estos casos es muy cercana al 100%.

Todos los médicos, alternativos o convencionales, deben obtener el consentimiento informado de los pacientes antes de iniciar una terapia. Este imperativo ético significa que los quiroprácticos deben informar a sus pacientes, en primer lugar, de las escasas pruebas de que las manipulaciones vertebrales son eficaces; en segundo lugar, de la posibilidad de causar daños graves; y en tercer lugar, de otros tratamientos que podrían ser mejores. Pero, ¿quién daría su consentimiento sabiendo todo esto? La forma en que muchos quiroprácticos resuelven este dilema es sencilla: ignoran el imperativo ético tratando a los pacientes sin consentimiento informado. Hay pruebas que sugieren que «sólo el 23% afirma haber discutido siempre los riesgos graves».

¿Cómo puede ser esto? Se podría pensar que la quiropráctica es una profesión respetada y bien establecida. Es cierto que, en el Reino Unido, los quiroprácticos están regulados desde hace muchos años por los estatutos y tienen su propio Colegio Real y el Consejo General de Quiropráctica. Pero en julio de 2014, la Autoridad de Normas Profesionales llevó a cabo una auditoría del CCG y concluyó que, aunque el funcionamiento de sus procesos no había creado riesgos para la seguridad pública, «el alcance de las deficiencias que encontramos… suscita preocupación sobre el grado de confianza que el público puede tener en el funcionamiento del CCG…»

A menudo he dicho que incluso la mejor regulación de los disparates debe dar lugar a disparates. El veredicto de la APS parece respaldar mi opinión. Mientras existan serias dudas sobre el valor y la integridad de la quiropráctica, deberíamos recordar un importante fundamento de la asistencia sanitaria: el principio de precaución. Este principio nos obliga a utilizar, siempre que sea posible, sólo aquellas terapias que demuestren ser más beneficiosas que perjudiciales. Un análisis crítico de las pruebas demuestra que la quiropráctica no pertenece a esta categoría.

Edzard Ernst es profesor emérito de medicina complementaria en la Universidad de Exeter.