Cuando cumplí los 40, sentí que estaba teniendo un segundo despertar. Ahora bien, eso no significa que me despertara un día y me sintiera mejor; me sentía peor con respecto a muchas cosas; ver a tus hijos crecer y empezar a ser adultos puede ser duro.
Pero lo que sí noté es que me sentía más preparada para manejar las cosas simplemente porque había vivido más experiencias y emociones difíciles que nunca, y todavía estaba cerca para hablar de todo ello.
Ahora estoy en la mitad de los cuarenta y con cada año que pasa me he dado cuenta de algo: utilizas lo bueno, lo malo y lo feo como una hoja de ruta para navegar la segunda parte de tu vida.
- Visión de la vida desde tus cuarenta y tantos
- 1.Puede que tengas adolescentes que te hagan llorar y te frustren muchísimo.
- No tienes tiempo para amigos falsos.
- Ya no limpias como el demonio antes de que llegue la compañía.
- No tienes ningún deseo de encajar donde no perteneces.
- Sabes qué vaqueros hacen que tu trasero se vea bien y no tienes problema en gastar dinero extra en ellos.
- No tienes energía para discutir con la gente por tonterías.
- Sabes lo que te mereces.
- Estás en pleno cambio hormonal.
Visión de la vida desde tus cuarenta y tantos
1.Puede que tengas adolescentes que te hagan llorar y te frustren muchísimo.
La verdad es que ser padre de adolescentes es realmente duro-no importa lo bueno que sea tu hijo. Esta época de tu vida requerirá más Kleenex, Tylenol y ansiolíticos que nunca. Haz lo que tengas que hacer para pasar al día siguiente, y deja que el resto (me refiero a la culpa, la vergüenza y a ir a esa reunión de la Asociación Deportiva) desaparezca.
No tienes tiempo para amigos falsos.
Alguien que te sople el sol en el trasero te sirve tanto como esa olla de fondue que te regalaron por Navidad hace 10 años, y que ha estado acumulando polvo. Has pasado por suficientes amigos como para darte cuenta de cuándo se acerca el verdadero negocio. Y sabes que una relación de verdad es la única que quieres o necesitas en tu vida.
Ya no limpias como el demonio antes de que llegue la compañía.
Dejas de limpiar los alféizares porque te das cuenta de que nadie los mira. Te has reventado la espalda suficientes veces como para darte cuenta de que si pones toda tu energía en el juego previo, no disfrutas de tus invitados, decides que odias tener gente en casa y tus expectativas nunca se cumplen.
Ahorrar energía para centrarte en relajarte y pasar un buen rato en lugar de mullir todas las almohadas (sólo se van a ensuciar) y pasar la aspiradora por debajo del sofá (donde caen todos los conejitos de polvo cuando tienes invitados de todos modos) no es necesario. Pero, que estés presente sí lo es.
No tienes ningún deseo de encajar donde no perteneces.
Si ese grupo de madres no es tu velocidad, te das cuenta de que es más gratificante alejarte que intentar sentirte aceptada. Cuando te sientes incómodo en algún lugar, tienes el valor de alejarte. Si no te sientes a gusto o bienvenida en ciertos lugares o con gente, te das cuenta de que tienes una opción. Puedes seguir intentándolo o dejar de hacerlo. No es como en el instituto, cuando sentías que no tenías elección y necesitabas conformarte para sentirte aceptada.
Sabes qué vaqueros hacen que tu trasero se vea bien y no tienes problema en gastar dinero extra en ellos.
Te has ganado el maldito derecho a gastar unos cuantos dólares más en tus vaqueros favoritos. Te hace sentir mejor, y esa es toda la razón que necesitas. No sientes que debas escatimar en ropa como lo hacías en tus veinteañeros arruinados, o cuando los niños eran pequeños y que se vieran bien era más importante. Tu trasero y tu confianza se merecen lo mejor.
No tienes energía para discutir con la gente por tonterías.
Has descubierto que dejar pasar las tonterías es un mejor uso de tu energía que intentar demostrar que tienes razón, o conseguir que los demás vean las cosas a tu manera. Este es el momento de tu vida en el que eres más feliz si la gente quiere creer lo que le conviene. Incluso si no estás de acuerdo con algo que dicen o hacen, para preservar tu salud mental les dejas hacer lo suyo. Entonces, te ocupas de tus propios asuntos y guardas tu energía para hacer cambios en tu vida en lugar de intentar que otra persona cambie la suya.
Sabes lo que te mereces.
En lugar de enfadarte tanto como antes, te despides. Las cosas se vuelven claras como el cristal a esta edad. Sabes lo que mereces en una pareja, en las amistades y en un sándwich de pavo. Si no obtienes lo que mereces lo sabes, aunque no actúes en consecuencia y devuelvas el sándwich y pidas más tocino, o le digas a tu amigo que se está aprovechando de ti.
Tienes días en los que se te da muy bien hablar, y otros en los que lo haces fatal y juras que lo harás mejor la próxima vez. Lo importante es que a esta edad: ya has pasado por lo suficiente como para saber cuándo algo está mal y, como dice el refrán, «el conocimiento es poder».
Estás en pleno cambio hormonal.
Quieras admitirlo o no, esto está pasando. Una noche estás tan agotada que no puedes ver bien y te duermes con la ropa puesta. La siguiente, no puedes dormir y das vueltas en la cama. Pasas calor todo el tiempo y tus hijos te ruegan que subas la calefacción. No tienes ni idea de cuándo vas a volver a menstruar porque tu calendario se esfumó hace tiempo, y tu estado de ánimo tampoco indica nada. Te sientes literalmente como si estuvieras sufriendo el síndrome premenstrual cada segundo.
Me encanta ser una mujer de mediana edad. No porque ya no me importe nada, porque nada más lejos de la realidad. Es porque sé cómo preocuparme por las cosas que realmente van a tener un impacto en mi vida.
Y sé cómo dejar pasar el resto.
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