Salí con muchos hombres, varios de los cuales apenas me interesaban. Pero salí con ellos porque era infeliz, y pensé que podrían llenar todo lo que me faltaba en mí misma. Tuvieron que pasar demasiados novios para que me diera cuenta de que mi felicidad no era responsabilidad de otra persona. Y probablemente por eso mis relaciones fueron empeorando progresivamente.

Me tomé un año sin salir con nadie y me centré en mí misma. Eso fue aterrador. No sabía cómo estar sola.

Pero me esforcé y construí una vida que me hiciera feliz. Hice actividades que encendieron mi curiosidad, me llevé a citas, e hice todas las cosas que siempre quise hacer pero que no hice por culpa de quien salía (piensa: teñirme el pelo de rosa).

Y lo que eso me enseñó para la relación en la que estoy actualmente es esto: Necesito ser más egoísta.

Mi felicidad no es algo por lo que vaya a acudir a mi novio. He cometido ese error demasiadas veces. Ahora lo sé mejor.

He tenido una conversación con el nuevo galán de que la autopreservación es de suma importancia para mí en nuestra relación. Sí, seré egoísta a veces. Pero también me convertirá en una mejor compañera.

En relaciones anteriores, me presenté como una ruina insegura con mis traumas pasados sangrando por todos los agujeros de mi cuerpo (de nada por esa imagen). Llegaba a estos hombres con una bonita fachada, pero una vez que ésta caía, las cosas eran todo lo contrario.

Cuando me tomé un descanso de las relaciones, trabajé con un terapeuta en muchas de mis creencias limitantes y traumas. Me ayudó a entender por qué salía con el tipo de hombres que salía. Hablé de mi pasado para descubrir cómo me afectaba hoy. Y me ayudó a trabajar en estar más en contacto con mi auténtico yo.

Me di cuenta de que era infeliz con mi vida, conmigo misma y con la gente que elegía dejar entrar.

¿Y sabes cómo arreglé todo eso? Centrándome sólo en mí.

Empecé a trabajar para construir una carrera que amara y de la que me sintiera orgullosa.

Empecé escribiendo en Medium sobre relaciones pasadas y lo que aprendí de ellas. Lo que floreció fue ser capaz de mantenerme haciendo algo que amaba.

Recogí viejas aficiones que dejé caer en el camino a lo largo de los años.

En el instituto, me encantaba dibujar. Era lo único que hacía. En los márgenes de mis apuntes, al lado de los exámenes, literalmente cualquier cosa con papel.

Fomenté mis amistades que realmente valoraba.

En lugar de pasar cada momento en casa de un novio, prioricé a mis amigos. Y al hacerlo, me di cuenta de en quiénes valía la pena invertir mi tiempo y quiénes eran realmente tóxicos.

Creé límites que nunca había tenido.

Y eso fue mágico. Dejé de soportar los «juegos» de los chicos. Me negué a que me trataran como el segundo pensamiento de alguien. Dejé de decir que sí a todo por la felicidad de los demás.

Empecé a ser egoísta.

Porque en esta vida, sólo el número uno va a mirar por el número uno.