Jesús Colina – publicado el 12/01/18
La medicina es un arte más que una ciencia, dice el dr. Bernard Ars.
Las listas de espera, la especulación financiera, la depresión, la presión para promover la eutanasia, la maternidad subrogada… Los retos a los que se enfrentan los médicos hoy en día son numerosos y, para algunos, insólitos.
Aleteia ha hablado con el doctor Bernard Ars, nuevo presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas, sobre cómo vivir su profesión en la actualidad.
Al frente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC, por su nombre en francés) desde hace unos meses, el doctor Bernard Ars, profesor asociado de enseñanza superior (doctorado) y especialista en otorrinolaringología y cirugía de cabeza y cuello, se ha marcado tres prioridades: «Estimular la particular compasión que los médicos católicos debemos desarrollar ante la precariedad vital y social; difundir una concepción cristiana del hombre y de la moral, así como el adecuado diálogo entre la fe, la razón y las ciencias siendo fieles a la Iglesia y a su Magisterio; e incrementar nuestra vida interior.» ¡Y qué vidas interiores!
La FIAMC comprende 80 asociaciones que representan a unos 120.000 miembros en todo el mundo. Tiene una doble misión: en primer lugar, fortalecer a los médicos que se implican con su fe en Jesucristo para ayudarles a aplicar el mensaje evangélico en su práctica diaria; y en segundo lugar, informar a la Santa Sede de las realidades y desarrollos de la medicina relativos a la clínica y la investigación.
Aleteia: Los médicos católicos se encuentran cada vez más a menudo en situaciones en las que tienen que reclamar el derecho a la objeción de conciencia, porque los sistemas sanitarios les obligan a realizar prácticas contrarias a la dignidad humana: manipulación genética, eutanasia y aborto. Qué les recomienda a estos médicos?
Dr. Bernard Ars: Les aconsejo, por un lado, que se aseguren siempre de incluir una cláusula de conciencia en todos sus contratos con una institución o un colaborador, así como en la legislación de su país, y por otro lado, que formen bien su propia conciencia moral a lo largo de su vida, estudiando antropología cristiana y dedicando tiempo a renovar su vida interior.
¿Qué significa para ti la cláusula de conciencia?
El deber de la objeción de conciencia manifiesta la grandeza de la dignidad humana. Un hombre nunca puede comprometerse a cometer un mal moral. No puede adherirse consciente y deliberadamente a una acción que destruye su propia dignidad. La libertad del ser humano es un reflejo de la imagen y semejanza de Dios que Él ha impreso en el corazón de cada persona. Ninguna persona puede utilizar su libertad para empañar el reflejo de la presencia de Dios en ella. Por eso debe resistirse a las leyes humanas injustas.
Así ha sucedido a veces en la historia con la discriminación racial y el apartheid, y así sucede hoy con el aborto, la eutanasia y otros actos irreconciliables con la dignidad de la persona. Si un médico católico se opone a determinadas prácticas, no es primero porque sea católico, sino porque es una persona, un ser que escucha la voz de su conciencia, iluminada y confirmada por la enseñanza de la Iglesia.
Todos conocemos la anécdota del cardenal Newman, al que le preguntaron si levantaba primero su copa ante su conciencia o ante el Papa. Cuando dijo que primero levantaba su copa a la conciencia y luego al papa, no quería oponer los cristianos a la Iglesia, sino honrar la única voz de la verdad cuyo primer eco resuena en la conciencia y es confirmado, si es necesario, por el juicio último de la Iglesia.
El papa y la Santa Sede recurren a su asociación para conocer los problemas de la bioética. Cómo está estructurada su relación con el Vaticano?
Nuestro intercambio de información no es sólo sobre cuestiones de bioética. La medicina interviene en muchos ámbitos del ser humano: la investigación científica, la cultura, la familia… Los problemas de bioética son esencialmente responsabilidad de la Academia Pontificia para la Vida, que depende del dicasterio de Laicos, Familia y Vida. En cuanto a la FIAMC, depende del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral.
¿Cuáles son los problemas éticos a los que se enfrentan hoy los médicos católicos?
Los problemas éticos a los que se enfrentan los médicos católicos varían en intensidad, según la práctica y las regiones del mundo. Por ejemplo, los médicos generales se enfrentan a retos éticos y deontológicos en sus relaciones personales con los pacientes. Los médicos especialistas de hospital se enfrentan a dificultades éticas ante el dominio de las tecnociencias, la industria (especialmente las empresas farmacéuticas) y el consumismo de los cuidados. Por último, los investigadores médicos se enfrentan a dificultades éticas a la hora de elegir los objetivos, las estrategias de trabajo y también a las limitaciones financieras.
A menudo, en los últimos años, la bioética ha sido interpretada y explotada ideológicamente de forma incoherente con sus objetivos originales, que eran la defensa de la vida y de la persona humana, así como con la visión cristiana del hombre. Para dar a la bioética su sentido más profundo, es importante formar una conciencia moral basada en una antropología cristiana actualizada, que aspire al bien común.
La medicina contemporánea, que se basa en el hospital y el big data, corre el riesgo de perder la relación médico-paciente. Cómo es posible recuperar el papel del médico en nuestra sociedad?
Aparte del verdadero problema ético del big data, la recogida robotizada de datos del paciente permite un diagnóstico rápido y una terapia precisa y dirigida. Si bien es un cierto progreso en el manejo de las enfermedades, la naturaleza técnica de la medicina científica tiende a reducir el contacto entre el médico y el paciente a un inventario del desempeño objetivo de las funciones biológicas esenciales. Pero el paciente espera algo más del médico. Aunque ciertamente no es indiferente a los dolores y sufrimientos de su cuerpo, y a la amenaza que una enfermedad supone para su futuro y el de sus seres queridos, también espera que el médico le enseñe a vivir con la enfermedad.
¿Pero cómo pueden ayudar a los enfermos a desarrollar su capacidad de recuperación?
Para el paciente, la resiliencia es un proceso dinámico e interactivo entre él mismo, su familia y su entorno, que le permite desarrollar un camino nuevo y satisfactorio, cambiando la representación de la realidad que le perjudica. Para ello, los médicos debemos mostrar empatía, que se basa naturalmente en una buena escucha. Escuchar es dar a la palabra del otro todo su valor. Es a través de la escucha que aprendemos del paciente cuál es su enfermedad, cómo la interpreta y los medios que tiene para afrontarla.
Para que la escucha sea exitosa y beneficiosa para el paciente, es necesario respetar su ritmo. No hay que tratar de forzar las confidencias y también hay que discernir el momento adecuado para dejar de escuchar. La resiliencia es un proceso a largo plazo. Sólo dejando que el tiempo haga su trabajo puede nacer de la enfermedad una «nueva» forma de vida. Debemos ser pacientes. Para que la prueba del sufrimiento sea soportable, hay que vivirla día a día.
¿Se basta a sí mismo el problema de cada día?
Cada día experimentamos una acumulación de pruebas, pero también tenemos el valor de afrontarlas. Es necesario ayudar al paciente a aceptar lo que el día de hoy tiene que darle como recurso y a abandonar, con confianza, el día que termina. Incluso en las peores condiciones, el hombre tiene la capacidad de evadirse con humor. ¡Seamos receptivos e interactivos! «Los hombres se mantienen fuertes mientras viven para una idea fuerte», decía Freud. Es alrededor de esta idea fuerte, de este sentido que hace la coherencia de su vida, que el hombre puede construirse, reconstruirse. «Ese sentido debe ser encontrado, porque es un objeto que se busca, pero nunca debe ser dado. Es responsabilidad del paciente encontrarlo por sí mismo», dijo el profesor de neurología y psiquiatría Viktor Frankl.
Además, el médico católico, más allá de su competencia científica y su empatía humana, es también un alma que ve al Cristo sufriente en su paciente, y que reza por el hombre o la mujer que sufre.
Muchos médicos católicos trabajan en situaciones de extrema pobreza. Hay algún mensaje que quiera enviar a estos médicos?
Queridos colegas, probablemente carecen de diagnósticos y terapias básicas para curar a sus pacientes y salvar vidas. No dudéis en alertar, por todos los medios a vuestro alcance, a las organizaciones internacionales, así como a vuestros contactos, para mitigar la gravedad de vuestra situación. Sin embargo, sabed que sois, entre nuestros hermanos, «los médicos de los médicos». Vuestra empatía está más desarrollada que la de otros, y comprendéis mejor que nadie la angustia de nuestros pacientes. Sabed también que muchos de nosotros rezamos por vosotros. Y cuando nosotros, los médicos, no tenemos nada más eficaz que ofrecer ante la enfermedad y el sufrimiento, seguimos teniendo nuestro apoyo, nuestra escucha y nuestro tiempo para ofrecer. Siempre tenemos la Esperanza para hacerla presente. Por último, también tenemos que ofrecer la poderosa ayuda de la oración.
¿Puede hablarnos un poco de usted? ¿Por qué decidió dedicarse a la medicina? ¿Y como médico cristiano?
Elegí la medicina a los 17 años porque era una profesión de relaciones humanas -dar y recibir- y sentí que podía ser feliz ejerciéndola. Elegí la otorrinolaringología porque esta especialidad me proporcionaba, en igual proporción, las alegrías de las consultas clínicas, la cirugía y las exploraciones funcionales. En cuanto a la vocación de médico cristiano, no la elegí realmente. Llegó lenta y dulcemente. Siempre he sido creyente y católico practicante. Pero, ante los problemas y los sufrimientos de la vida, es la práctica cristiana, así como mi vida de oración ante Jesús, lo que se me apareció como el verdadero y único camino de la Vida.
¿Tiene algún consejo para los jóvenes cristianos que quieren ser médicos?
¡Involúcrate donde tu corazón te llame! Y cuando te comprometas, fórmate incesantemente, científica, técnica y continuamente. ¡Es una cuestión de profesionalidad! Pero hazlo también en el plano cultural, artístico, filosófico e incluso teológico, para tener la mayor apertura humanista posible, escuchando a nuestros pacientes. De hecho, el paciente que viene a consultarnos viene a hablar de sí mismo, y espera que su médico le escuche, y luego le responda. Está angustiado. Puede sentirse excluido. El médico debe hablar abiertamente con su paciente sobre la enfermedad. Esto lleva al paciente a pensar en sí mismo tanto como en la enfermedad que ha venido a denunciar. La enfermedad rebelde, y más aún la muerte, puede aparecer como un límite a la eficacia médica. La tendencia natural sería huir de esta enfermedad o de la muerte. Pero, lo importante es estar disponible para que el paciente no se sienta solo ante su experiencia. El médico no es el dueño de la vida, ni de la muerte del paciente que le confía. No tiene un poder total sobre su paciente; de hecho, está al servicio de la vida del hombre que sufre. El médico católico vive de Cristo. Tiene una unidad de vida, una coherencia en todos los aspectos de su vida. Esto implica no sólo una competencia profesional y responsable, unos conocimientos científicos y técnicos en colaboración con las demás disciplinas asistenciales, sino, sobre todo, una fuerte vida interior cotidiana, así como un conocimiento profundo de la visión cristiana del ser humano. En definitiva, una antropología cristiana actualizada, expresada tanto en la investigación como en la clínica, en una palabra, en la cultura. La medicina no es una ciencia, es un arte. Es el mejor trabajo del mundo!
Deja una respuesta