Una de las teorías más convincentes del desarrollo social es la de las «Ocho etapas del desarrollo psicosocial» de Erik Erikson. Cada etapa se basa en la toma de decisiones saludables para el niño y en enseñarle a actuar de la misma manera cuando se le presentan oportunidades de tomar decisiones por sí mismo. Las etapas esbozan puntos de referencia positivos -y sus opuestos- que abarcan desde el nacimiento hasta la muerte.

Preparar a un niño para los vínculos comunes, a través de la teoría de Erik Erikson

Formar vínculos profundos, para todos los niños, depende del desarrollo de un autoconcepto saludable. Eso, por supuesto, puede ser difícil de cultivar en medio de una batería de problemas físicos o de desarrollo que pueden diferenciarlo de otros niños. Pero no es imposible.

El psicoanalista alemán Erik Erikson creía que la base de la socialización positiva -o negativa- se construye en la infancia. Las «ocho etapas del desarrollo psicosocial» de Erikson ofrecen una clave que puede abrir la capacidad de un niño para establecer relaciones.

Erickson creía que los rasgos de personalidad -si un niño es tímido o extrovertido, o pasivo o agresivo- son estados fijos. Las características individuales -como sentirse ineficaz o empoderado- se aprenden, lo que significa que se puede influir en ellas durante ciertas etapas del desarrollo utilizando los apoyos emocionales y las oportunidades adecuadas. Cada etapa se basa en la otra.

Por supuesto, la mayoría de los niños no encajan en ninguna caja en particular; esto es especialmente cierto para los jóvenes con una discapacidad. El valor de la teoría de Erikson es que permite a los padres identificar las señales en el comportamiento de un niño que no son propicias para la creación de amistades, y da a los padres tiempo para influir en las soluciones viables para que el niño pueda convertirse en un adulto fuerte y seguro. La información se utiliza de forma que se inculca la importancia de las prácticas de crianza y las oportunidades de enseñanza que podrían influir en el desarrollo de una persona.

Las etapas de Erickson son un intento de explicar cómo una persona desarrolla su sentido de identidad. El modelo asume que, a ciertas edades del desarrollo humano, un niño pasa por un conflicto que altera su vida. Las oportunidades que se le brindan a un niño, el estilo de crianza por el que se guía y las experiencias que encuentra el niño influyen en su identidad social.

La esperanza de Erikson era que, con el conocimiento de estas etapas, los padres y los psicólogos pudieran ayudar a un niño a superar las barreras psicológicas. Si los padres comprenden la importancia de las etapas sociales y del desarrollo, podrán apoyar mejor a su hijo mientras construye relaciones para toda la vida.

Las ocho etapas del desarrollo psicosocial de Erikson

Las ocho etapas de Erikson se detallan a continuación en dos partes, las que ocurren en la infancia y las que transcurren en la edad adulta.

Infancia

Etapa I: Esperanza – Aprendizaje de la confianza básica frente a la desconfianza, de 0 a 18 meses

La primera etapa tiene lugar cuando el niño tiene entre 0 y 18 meses de edad y depende en gran medida de los demás para satisfacer de forma competente sus necesidades básicas de alimentación, refugio y seguridad. En la infancia, es necesario que los padres cuiden y amen al niño para que desarrolle un sentido de seguridad, optimismo y curiosidad. Si esto no ocurre, el niño puede volverse inseguro y desconfiado con los demás y quedarse con un sentimiento de abandono, lo que es contraproducente para la creación de relaciones.

Etapa II: Voluntad – Aprendizaje de la autonomía frente a la vergüenza, de 18 meses a 3 ½ años

La segunda etapa es el período de tiempo en el que el niño ejerce un nuevo control o se inmoviliza por el miedo. Para la mayoría de los niños, es una época en la que no son sostenidos por todos, todo el tiempo. Aprenden a rodar, sentarse, gatear y caminar. Con esta nueva movilidad, exploran. En el caso de un niño con parálisis cerebral que tiene algún tipo de discapacidad motriz, sigue buscando la libertad de explorar su entorno sin obstáculos ni inhibiciones, aunque tenga un problema de movilidad. Empieza a desarrollar una sensación de querer tener alguna forma de control sobre su entorno. Proporcionar al niño dispositivos de movilidad puede ayudar. Es necesario proporcionarle oportunidades de exploración.

El niño seguro tiene un sentido del espacio y empieza a sentirse obligado a interactuar en él. Intenta controlar los movimientos de su cuerpo lo mejor posible, aprende de los que le rodean e intenta interactuar con los demás. Cuando es un bebé, comunica la alegría y la tristeza a través de expresiones faciales y patadas de alegría, mientras que a los cuatro años se le ofrecen oportunidades para jugar junto a otros niños y convertirse en parte integrante de lo que ocurre en la habitación con los demás.

Esta etapa representa una oportunidad para que el niño tome decisiones: ¿me meto esto en la boca, o no; quiero estar en la habitación con los demás, o explorar? Es un momento en el que los padres proporcionan opciones, experimentación, límites y supervisión. Los padres deben guiar al niño, ser coherentes, enseñarle a cooperar y fomentar las interacciones positivas con los demás mientras el niño determina: «¿Está bien ser yo?»

Por otro lado, si a un niño se le grita por ser un niño curioso, se le limitan las oportunidades de explorar su entorno y se encuentra con una orientación inconsistente u hostil, es probable que el niño se inmovilice con un miedo, una vergüenza y una duda.

Etapa III: Propósito – Aprendizaje de la iniciativa frente a la culpa, 3 ½ a 5 años

Esta etapa se centra en la capacidad del niño para cooperar con los demás, dominar sus funciones corporales (ir al baño), interactuar con su entorno y seguir desarrollando habilidades sociales aceptables. La forma de criar y supervisar a los niños influye en su capacidad para desarrollar la iniciativa o cuestionar sus habilidades. El niño está determinando: «¿Está bien que haga, me mueva y actúe?»

Se aconseja a los padres que utilicen el estímulo para fomentar la autonomía y alimentar su curiosidad mediante momentos de enseñanza. Es el momento de evitar las luchas de poder. Es una época en la que los niños empiezan a desarrollar preferencias, intereses y deseos a través de la curiosidad natural.

Los niños con movilidad y destreza recién descubiertas son propensos a explorar y probar. Exploran territorios seguros e inseguros, lo que requiere una supervisión con estímulos y, a veces, tácticas de distracción. Están aprendiendo a equilibrar la asunción de riesgos con los autolímites.

Sin embargo, los niños con problemas de movilidad que no tienen tanta movilidad siguen necesitando oportunidades para explorar, aprender, compartir y adquirir preferencias, intereses y deseos. Necesitan desarrollar una sensación de cierto control sobre su entorno, la autosuficiencia y la capacidad de tomar decisiones. Todos los niños deben superar esta etapa con iniciativa y sentido del logro.

Se debe dar a los niños la oportunidad de realizar tareas iniciándolas y terminándolas por sí mismos. Su nueva independencia y el control sobre su entorno pueden venir acompañados de episodios de frustración al no poder lograr lo que sus mentes se han propuesto. Necesitarán orientación para realizar tareas realistas y apropiadas para su edad.

Según Erikson, si a un niño se le niega la oportunidad de realizar tareas de las que es capaz, o se le desanima con reprimendas o ridiculizaciones mientras intenta ganar un sentido de autonomía, los niños son vulnerables a los sentimientos de frustración y a los comportamientos agresivos, como lanzar objetos, pegar, morder y buscar arrebatos de atención. A menudo, el primer instinto de los padres es disciplinarlos o negarles la tarea. Sin embargo, el arrebato debe considerarse un momento de enseñanza que puede requerir una distracción o proporcionar al niño dos opciones aceptables.

Los niños que se enfrentan a luchas de poder entre padres e hijos, o a técnicas de disciplina poco constructivas, suelen caer en la culpa, la vergüenza y la duda sobre sí mismos durante el estadio III y pueden formar relaciones de codependencia con los adultos. En la escuela, pueden carecer de la confianza necesaria para sentirse dignos como parte del grupo o del equipo. Pueden carecer de sentido de la iniciativa, de autonomía y de motivación. Un niño que depende de sus padres para que aprueben sus actividades tendrá menos confianza para relacionarse con otros niños en la escuela o en el juego. Asimismo, otros niños perciben esta diferencia en el niño, lo que puede hacer que eviten crear amistades.

Etapa IV: Competencia – Experimentar la industria frente a la inferioridad, de 5 a 12 años

La etapa IV se produce durante los primeros años de edad escolar, cuando los niños tienen un deseo innato de socializar y jugar con otros niños. Durante esta fase, los niños abandonan el nido del hogar para ir a la escuela o a las casas de otros niños. Aquí es donde aprenden a interactuar con los adultos y con sus compañeros de acuerdo con las normas y costumbres aceptadas por los demás.

Se adaptan a las actividades estructuradas de interés, incluidos los deportes. La etiqueta en el aula, las exigencias de los deberes y las actividades en equipo promueven aún más la estructura, la cooperación y el aseo social.

Esta es una etapa crucial en la que los niños de edad escolar temprana tienen la oportunidad de lograr, recibir elogios y alcanzar logros, los elementos básicos de la confianza en sí mismos. Gracias al estímulo positivo de sus padres, profesores y compañeros, desarrollan un sentido de iniciativa y motivación para conseguir logros a medida que aumenta su confianza. Se sienten aceptados.

Normalmente, un niño que entra en esta etapa ha salido de las etapas anteriores con iniciativa, autonomía y confianza. El niño utiliza su sensación de logro y confianza en sí mismo para interactuar con los demás en un entorno más estructurado y lleno de reglas y exigencias.

Si el niño que sale de la etapa III surgió en la etapa IV con una baja autoestima e inmovilizado por el miedo a la hora de tomar sus propias decisiones o de interactuar con los demás, es probable que tenga un sentimiento de inferioridad y se retire de las actividades e interacciones de grupo. El niño puede carecer de confianza en su capacidad, dudar de su capacidad para tomar una decisión y ser propenso a la derrota y a la culpa en los ejercicios de equipo.

Esta etapa puede ser difícil para los padres de un niño con discapacidad. Pueden tener la tentación de resguardar al niño de los demás por el deseo de protegerlo de las burlas, la ridiculización de los demás o incluso el acoso. A los padres les preocupa si su hijo será aceptado por los demás. Los padres deberán resistir la tentación de secuestrar a su hijo y aislarlo por miedo a lo desconocido.

Los niños con discapacidades requieren apoyo adicional durante esta etapa. Los padres deben evitar aislar al niño de la socialización, ya que se trata de una etapa del desarrollo social que permitirá al niño sentirse parte de un grupo y tener la confianza en sí mismo para ser un igual entre sus compañeros.

En esta etapa, el niño está determinando cómo encaja en el mundo de las personas. Está descubriendo sus talentos especiales y su valía. Hay que hacer todo lo posible para fomentar la búsqueda de sus intereses y estar con otras personas con intereses similares. Requieren la capacidad de tener éxito en los vínculos de amistad y experiencia.

Etapa V: Fidelidad – Adquisición de identidad frente a confusión de roles, 13 a 19 años

La etapa V, la última de la infancia, implica que el adolescente adquiera un sentido de quién es y qué puede ser como adulto. La adolescencia puede ser una transición difícil en muchos sentidos. El niño se desarrolla hacia la edad adulta a través de un sinfín de retos físicos, emocionales y sociales. Son conscientes de sus cambios corporales, de su identidad sexual, de su necesidad de independencia y del papel que desempeñarán en la sociedad. Estos son los años de la crisis de identidad.

Durante el Paso V, el niño determinará quién es realmente y en quién le gustaría convertirse. Este puede ser un período de intensa experimentación social; la voluntariedad y la rebelión son más probables durante esta fase.

Para los alumnos con necesidades especiales, el sistema educativo comienza a realizar la transición del alumno con discapacidad a la edad adulta a los 16 años. A ellos, más que a los estudiantes sanos, se les anima a planificar su camino hacia la edad adulta. Se hace un esfuerzo por desarrollar la autosuficiencia, las habilidades para la vida independiente y navegar por la comunidad sin la guía o la dependencia de su familia, siempre que sea posible. Esto implica la higiene, la planificación financiera, el transporte público, la vivienda, la formación de habilidades o la planificación universitaria.

Si un niño entra en la Etapa V con una sensación de letargo y falta de motivación desarrollada al final de la Etapa 4, es probable que se vuelva más introvertido y dependiente de los demás. Pueden carecer de motivación, visión y confianza en sus capacidades.

La edad adulta

Las etapas del desarrollo psicosocial de Erikson suponen que la identidad desarrollada e influenciada en la infancia contribuye a la identidad del adulto. Detalla tres etapas de desarrollo que se experimentan durante la edad adulta.

Etapa VI: Amor – Lograr la intimidad frente al aislamiento, de 20 a 24 años, o de 20 a 40 años

Esta etapa ejemplifica la lucha por encajar con los compañeros y las parejas. Es la etapa de la vida en la que el individuo está en la búsqueda de la intimidad como una necesidad humana básica de formar relaciones recíprocas con otros a través de la amistad, el matrimonio o la pareja. Cuando a un individuo se le proporciona un entorno seguro, cálido y fiable durante la infancia, está naturalmente capacitado para formar relaciones similares con otros durante la edad adulta, según Erickson. Si desarrollaron la confianza y el logro, transfieren esas habilidades hacia la construcción de relaciones.

Sin embargo, para algunos, el viaje a la Etapa V tiene el resultado opuesto – el individuo anhela el aislamiento, lejos de la dolorosa realidad del rechazo que han experimentado a través de los años. Si en la infancia fueron frustrados, ridiculizados, retraídos o desconfiados, estas cualidades pueden entrar en juego en sus relaciones adultas. Si tienen una baja autoestima y han alcanzado una confianza inadecuada en su capacidad, esto se trasladará a su capacidad para establecer vínculos con amigos y compañeros.

Etapa VII: Cuidado – Lograr la generatividad frente al estancamiento, de 25 a 64 años, o de 40 a 64 años

La etapa VII es un viaje hacia la mediana edad en el que nos preguntamos: «¿Puedo hacer que mi vida cuente?» La mediana edad es un momento en el que un individuo llega a un acuerdo sobre lo que quería lograr frente a lo que ha podido lograr: cómo define su propósito en la vida.

Esta etapa asume que existe una necesidad innata de ser valorado socialmente en nuestra capacidad de ser miembros productivos de la sociedad, nuestras contribuciones en nuestro matrimonio, nuestro orgullo de formar una familia y nuestros pasos en el deber cívico. Los que se encuentran en la mediana edad están recortando su cartera a sus hijos, están forjando relaciones renovadas con su cónyuge y están aceptando el papel de envejecer con gracia.

Para algunos, sin embargo, el viaje es más egocéntrico, no tan satisfactorio, menos productivo y quizás estancado.

Etapa VIII: Sabiduría – integridad del ego frente a la desesperación, 65 hasta la muerte

La etapa VIII es el punto de la vida en el que un individuo mira hacia atrás en retrospección para preguntarse: «¿Está bien haber sido yo?». Aquellos socialmente desarrollados reivindicarán su éxito en la vida, sus logros y sus rasgos individuales que perseveraron.

Aunque la vida no siempre juega bien, la sensación general de un individuo bien socializado es la de hacer las paces con su viaje, contentarse con los logros y envejecer con gracia.

Para aquellos con un viaje difícil a través de las etapas del desarrollo social, pueden sentir cierta decepción, y en la pérdida de los objetivos no alcanzados.