Vivimos en una sociedad cada vez más polarizada. Con cada debate que surge -inmigración, ley de impuestos, mala conducta sexual, control de armas- parece que nos sumergimos cada vez más en un ciclo de indignación, desconfianza y recriminación. De hecho, a menudo la mera posibilidad de que alguien sea miembro del «otro bando» es suficiente para suscitar el vitriolo y la calumnia, independientemente de sus intenciones.

Este comportamiento, conocido como «tribalismo moral», no es sorprendente si se considera a través de la lente de las ciencias sociales. De hecho, las investigaciones llevadas a cabo en los últimos años han arrojado nueva luz sobre lo profundamente que estas tendencias tribales pueden estar arraigadas en la mente humana.

En un estudio, por ejemplo, los investigadores de la Universidad Northeastern de Boston reclutaron a un grupo de voluntarios y, basándose en las respuestas que habían dado a algunas preguntas, les informaron de que eran «sobrestimadores» o «subestimadores» habituales. (En realidad, la información era falsa.)

A continuación, presentaron a los voluntarios a otra persona que, sin saberlo, estaba cooperando con los experimentadores. La mitad de los voluntarios aprendió que esta persona tenía el mismo estilo de estimación que ellos; la otra mitad aprendió que era diferente. A continuación, tuvieron la oportunidad de observar a esta persona haciendo trampas en una tarea sencilla.

Por último, se pidió a los voluntarios que calificaran la justicia con la que había actuado esta persona. Los resultados mostraron que las personas que tenían el mismo estilo de estimación que el confederado de la investigación eran significativamente más propensas a perdonar las acciones de esta persona. Por el contrario, los que tenían un estilo de estimación diferente calificaron el comportamiento de la persona con mucha más dureza.

Los resultados demuestran la facilidad con la que la gente sucumbe al tribalismo moral. Por supuesto, el estilo de estimación no tiene nada que ver con la moralidad. Sin embargo, dado que las personas se preocupan tanto por las similitudes y diferencias que comparten con los demás, incluso esta característica trivial fue suficiente para cambiar su sentido de «nosotros» y «ellos». Y los límites del grupo parecen marcar la línea entre la virtud y el vicio.

Esa pertenencia al grupo sirve como límite moral se manifiesta también en las decisiones de castigo de las personas. En una investigación que he llevado a cabo con varios colaboradores, he comprobado cómo las categorías de grupo, como el país de ciudadanía y la afición a un equipo deportivo, influyen en la medida en que la gente cree que se debería castigar a otra persona por infringir las reglas de un juego.

Los resultados sugieren que dichas categorías sí influyen en las decisiones de castigo de la gente, pero sólo cuando están distraídos o cuando castigan rápidamente. Este «sesgo reflexivo» en el castigo demuestra que nuestra reacción instintiva puede ser vilipendiar a los miembros de otros grupos.

La tendencia intrínseca de las personas hacia el tribalismo moral se demuestra además en una investigación, publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences of the USA, centrada en cómo reaccionan los niños ante el comportamiento injusto de otros. Jillian Jordan y sus colaboradores informaron a niños de entre seis y ocho años de que eran miembros del equipo «azul» o del equipo «amarillo». Descubrió que, en todos los grupos de edad, los niños tienden a castigar más a los miembros del grupo externo que a los del grupo interno por la misma transgresión.

La noción de que las personas son intrínsecamente tribales no debería sorprender a quienes están familiarizados con la evolución humana. El Homo sapiens pasó gran parte de su historia evolutiva en pequeñas bandas en la sabana africana compitiendo con otras bandas por los escasos recursos. Como resultado, la competencia tribal está inscrita en nuestro ADN.

Estas ideas pueden parecer un panorama bastante pesimista. Pero hay algunas razones para el optimismo. La investigación ha demostrado que cuando los líderes de una comunidad hacen lo correcto, esto puede marcar la pauta para los demás, animando finalmente a todos a comportarse de forma más justa. La cascada de empresas y organizaciones de Estados Unidos que se han unido para contrarrestar el poder de la Asociación Nacional del Rifle demuestra este fenómeno. La mentalidad de grupo que presenta tantas dificultades es también la fuente de algunas de nuestras mayores fortalezas.

Además, en la investigación que llevé a cabo antes mencionada, las personas a las que se les dio tiempo para deliberar sobre su decisión eran mucho menos propensas a castigar de forma diferente a los miembros del grupo interno y externo. Esto sugiere que, si pensamos de forma racional y deliberada, podemos aprovechar principios más nobles de justicia e igualitarismo.

En general, la imagen de la naturaleza humana que pintan los recientes conocimientos científicos es tan tensa y compleja como la que se describe en los textos homéricos y bíblicos: maldita con una tendencia innata hacia el parroquialismo y la parcialidad; bendecida en nuestros mejores momentos con la capacidad de canalizar nuestra energía para el bien. Cuantos más conocimientos podamos obtener a través de la investigación llevada a cabo en las ciencias sociales, más posibilidades tendremos de sofocar lo primero y potenciar lo segundo.

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